lunes, 15 de marzo de 2010

*Mitos egipcios de la Creacion*

En cada ciudad egipcia se adoraba, más allá de todos, a un dios en especial. Cerca del Nilo se adoraba a un dios con cabeza de cocodrilo, alejado del agua, en las tierras desérticas donde solo estaban rodeados de arena y muerte, se adoraba a un dios con cabeza de chacal (perro del desierto). En otras ciudades se adoraba a Ra, el sol, en otras a Horus, el halcón que vuela por los aires y lo ve todo.
En la ciudad de Hieracómpolis existía una creencia egipcia muy antigua que cuenta que antes que existiera el universo, existía solo un inmenso océano. Vale decir que simbólicamente, el océano el caos. En los mitos de creación del universo siempre existe, antes que éste, el caos, porque es la potencialidad del todo. El océano es oscuro y húmedo como un vientre materno, allí la explicación de la relación simbólica del mar y el caos.
Ese océano llevaba el nombre de Nun. Desde las profundidades de Nun apareció un día una gran colina. Este punto lo llamaremos “el centro”. Horus, el dios halcón, se posó en la cima de esta colina, que es conocida, también como el quinto elemento, y partió, voló hacia todas las direcciones a la vez, creando así el universo. Dándole un orden. Hace las veces de orden masculino, que es lo necesario para que el caos femenino se convierta en el universo. Del caos al orden, y del centro al resto del mundo, así se crea, un espacio cuaternario.
En la ciudad de Heliópolis, probablemente una de las más famosas ciudades egipcias de todos los tiempos, existía otra creencia sobre el origen universal. Vale decir que Heliópolis es el nombre griego que llevaba la ciudad, en egipcio se llamaba Iunu, que significaba pilar. Heliópolis significa Ciudad del Sol. Probablemente ya se imaginarán quién es el protagonista del relato cosmogónico del que ningún habitante de esta ciudad dudaría jamás. Estoy hablando, obviamente del dios Ra.
Ra es el sol, el que provee de calor, y luz; y por lo tanto de vida a la Tierra. Es el dios mayor, indiscutidamente. La importancia de esta divinidad, y la importancia política de la ciudad que le rendía culto, hizo que a lo largo y a lo largo de Egipto se le atribuyera durante muchos cientos de años el título de creador del universo.
Lo curioso con la figura de Ra es que se lo relacionó con otros dioses a lo largo de los siglos. Por ejemplo con Amón, originalmente llamado Amen, que era la divinidad máxima de los Tebanos. Cuando Grecia comenzó a tener tratos con Egipto, ambas culturas se entrelazaron mediante la ciudad de Tebas. Ra se convirtió en Amón-Ra, y Tebas, para los griegos era el hogar de una sabia pero terrible
esfinge (estatua egipcia mitad mujer y mitad león).
También se relacionó a Ra con Horus bajo el nombre de Ra-Horajty. Era representado en jeroglíficos y dibujos como un ser homínido con cabeza de halcón, como Horus, pero con un disco solar sobre la cabeza. Es curiosa la falta de identidad que tiene el dios más importante para toda una cultura.
El mito de la creación de la Heliópolis contaba que en el inmenso mar de Nun, había surgido de las profundidades una altísima pirámide. Y sobre ella el ojo de Ra se abrió e iluminó todo el universo, dándole forma y orden. Es curioso que el símbolo del ojo esté siempre relacionado con Horus, volviendo a la falta de identidad del dios Sol.
Como se habrán dado cuenta, Horus siempre fue un dios más importante que Ra, tanto religiosa como políticamente. Los Faraones eran considerados una extensión de Horus en la Tierra.
Quizás el caso más extraño sea el de Pteh, en la ciudad de Memphis. La teología memphita tenía una creencia de lo más avanzada sobre la creación del universo.
Mircea Eliade realizó un estudio sobre la mitología donde expresa que existen 3 estadios en la evolución de la experiencia religiosa. El primero es el matriarcado, donde el principio femenino lo es todo. Segundo viene el patriarcado, donde la ley masculina representa todo (como en la mitología griega y egipcia). Por último aparece el principio del Salvador, el enviado que indica el reconcilio con lo instintivo y reprimido, como el amor y la libertad. Éste último estadio tiene que ver con el monoteísmo.
Los memphitas se adelantaron al resto de los egipcios, ya que fueron monoteístas. Incluso, su creencia es muy parecida a la que tienen las culturas judeo-cristianas sobre el comienzo del universo. Ya que Pteh, el dios único crea el mundo mediante la acción de su pensamiento y la pronunciación de la palabra. A su vez, en el antiguo testamento, Dios dice “que se haga la luz” y la luz se hizo.Irónicamente, Pteh, en la lengua egipcia, significa tierra emergida. Como dije, están los mismos símbolos.Como relata
Sigmund Freud en su ensayo Moisés y la religión monoteísta, 1375 A.c. un joven faraón llamado Amenhotep tomó el poder en Memphis e impuso a todo Egipto esta creencia monoteísta. Poco después de su muerte, 17 años después, todo fue olvidado, hasta la llegada de Moisés y la liberación del pueblo Judío.Vale aclarar que la figura de Atón, a la que se refiere Freud está absolutamente relacionada con Pteh.





REFLEXIÓN: Para la cultura egipcia el tiempo era cíclico y estaba relacionado con los movimientos cósmicos, especialmente con el sol ya que creían en el destino solar de ultratumba . Pero también se guiaban por lo estático y permanente, y este estaba representado por la Tierra ya que en ella estaba presente el caos primordial reflejado en el "destino".

Cada historia esta relacionada por lo menos con cada dios que aparentemente fue el creador del universo. Por un lado esta el Dios Ra que era muy idolatrado, ya que era el Dios Sol, quien le daba calor y Luz y era él quien le podía proveer de recursos y de vida a la tierra y mientras no faltara el Sol, la vida se podía considerar como eterna, ya que ésta tendría movilidad, orden y luz Solar.

El otro Dios es Horus, que era el Dios Halcón, éste era como e Dios que regía en la Tierra y creó todo a partir del caos masculino, que es lo necesario para que el caos femenino se convierta en el universo. Del caos al orden, y del centro al resto del mundo, así se creó, un espacio cuaternario. Él representaba la quietud, el caos y la oscuridad.

Y en conjunto éstos Dioses juntos pueden equilibrarse en uno formando el día y la noche, y creando un tiempo de vida eterno y móvil.


sábado, 6 de marzo de 2010

Instinto>Emocion>Sentimiento>Razón

Un instinto se rige por un impulso natural en el ser vivo que le provoca una emoción o incitación que lo hace tomar decisiones y precauciones en sus actos, sobre un objeto táctil o intáctil dado que existe un cierto contacto cercano con él. Mas una emoción no comprende una acción instantánea, ni toca el objeto, pensamiento o sensación dada. Sino simplemente actúa como un "movimiento interno corporal".
Una emoción es una reacción a algún tipo de estímulo ya sea malo o bueno, dicha emoción se da de manera espontánea, dado que no necesariamente requiere de haber tenido una experiencia para´poder experimentarla de manera similar en cualquier otro momento, por tanto su duración es corta. Sin embargo un sentimiento puede estar formado de un conjunto de emociones experimentadas por una percepción a través de los cinco sentidos que lo ayudan a concebir y percibir su entorno. Su duración es más duradera. Un sentimiento podría ser producto de emociones conjuntas provocadas por la alteración que nos indiquen nuestros sentidos a causa de una circunstancia, pensamiento o estímulo.
Todos los humanos y los animales poseemos sentimientos. Pero la razón claramente nos diferencía de los animales, ya que nosotros los seres humanos somos capaces de modificar y responder ante las alteraciones que perciben nuestros sentidos, debido a diferentes contactos con la naturaleza y el exterior. Nosotros somos capaces de transformar y acondicionar la naturaleza para hacer más óptima nuestra calidad de vida y para realizar nuestras actividades y producir recursos para poder satisfacer nuestras necesidades sin tener que someternos a un tipo de selección que predetermine nuestra sobrevivencia, ya que nosotros podemos transformar y apropiarnos de la naturaleza.

martes, 2 de marzo de 2010

*Definición espacial Egipcia*

Menfis



Necrópolis de Giza





El Sur del Río Nilo










El Sur del Cairo









EGIPTO

*El agente secreto de la evolucion*

SELECCIÓN NATURAL


La selección natural fue una teoría que postuló Charles Darwin, donde planteaba dos cosas: La primera proponía que cada ser vivo proviene de un ancestro común, que ha pasado por distintas situaciones que han cambiado su forma de vida, para hacerla mejor. Y la segunda idea dice que gracias a las complicaciones de este ancestro común, se pueden obtener variaciones genéticas que permitan que su descendiente desarrolle y mute habilidades o condiciones físicas que le permitan ser una mejor especie, capaz de competir y sobrevivir a las complicaciones que se les presenten en su medio. Y los que sobrevivan, gracias a sus nuevas adaptaciones, serán los más aptos y capaces para generar competencia y ser los sobrevivientes.


CREACIONISMO Vs DARWINISMO·


· El creacionismo respaldaba creencias religiosas

· El Darwinismo se inclinaba por teorías naturalistas y biológicas

· El creacionismo plantea que dios lo creo todo.

· El Darwinismo postula que los seres vivos se someten a un mecanismo de selección natural

· El creacionismo afirma que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios

· El Darwinismo propone que los seres vivos provienen de un ancestro común

· El creacionismo dice que el hombre fue creado tal y como se conoce actualmente, sin haberse sometido a algún cambio.

· El Darwinismo plantea en los seres vivos hay variaciones que lo permiten mejorar su especie, para poder sobrevivir.


Concepción de tiempo en la cultura Egipcia

Desde la publicación del libro de Mircea Eliade Le mythe de l’éternel retour (1949), es un lugar común atribuir a las civilizaciones antiguas una concepción cíclica del tiempo y de la vida. Sin querer deslegitimar esta tesis, que aporta importantes y certeras luces sobre aspectos esenciales de la categorización de la realidad que llevaron a cabo estas culturas, es preciso afirmar que “en Egipto, la situación es aún algo más complicada”[1].
La negación de la Historia como necesaria expresión del devenir humano en el tiempo y en el espacio no fue algo propio de las líneas generales de la civilización egipcia. En efecto, junto a un modelo de tiempo sacralizado, encontramos también una forma “profana” de lo temporal. Junto al neheh, a la eternidad cíclica que retorna a sí misma, inicio (Anfang) del exitus y culmen del reditus de la totalidad cósmica que integra lo divino y lo humano, hallamos también el djet, la permanencia, la estabilidad, la duración regia. La mente egipcia, aun en el terreno de lo sacro, es capaz de vislumbrar un doble sentido de lo temporal: un vía universal y circular, de ascenso y de descenso, de salida y de retorno; y una vía unidimensional, que recoge la armonía y la estabilidad de todos los movimientos internos.
El tiempo “sacro” corría parejo altiempo “profano”. Los numerosos textos de carácter narrativo que actualmente poseemos, las diversas y pormenorizadas crónicas, los minuciosos relatos de las hazañas de los monarcas y de los avatares nacionales e internacionales no son sino una muestra clara de que en el antiguo Egipto existió una conciencia, al menos sucinta, de la presencia de cambios y de formas discursivas en la realidad. La figura misma del monarca encarnaba la persistente dualidad, imponiendo un orden (reflejo del orden divino que en la génesis de todo cuanto es venció al caos, al nun primordial[2]) sobre a la diversidad incontrolada de la Naturaleza: “Tu ser es la plenitud del tiempo (nhh), tu imagen es la duración (dt), tu Ka es todo cuanto acontece”[3]. El Ka contenía la afirmación más genuina del ser individual. K3.k hprwt nbwt constituye así una proclama del dominio regio sobre el tiempo: la identificación del ser del monarca con todos los acontecimientos, con todas las formas y manifestaciones del devenir. Es aquí donde se aprecia la valoración egipcia por el cambio y el devenir en la vida del hombre y en el desarrollo de la cultura: el rey impone también el orden. El verbo hpr alude de hecho a la “llegada a la existencia”, al werden germano, siendo el monarca el señor de todo cuanto llega a existir y de toda llegada a la existencia: el señor de lo que es y del proceso mismo de llegar a ser. La Historia es vista como manifestación de la voluntad divina del monarca. Estaríamos, por tanto, ante una de las formas más tempranas de teologización de la Historia. Toda aparente novedad se supedita a un orden superior que, de alguna manera, “trasciende” el devenir: el orden divino, el orden teológico que guía y define la Historia[5].
En Occidente, la teoría cíclica del tiempo (der ewige Wiederkehr) fue reintroducida por F. Nietzsche[6], quien hablaba de un eterno retorno, de una constante nostalgia por lo antiguo, en contraposición a la noción judeo-cristiana de linealidad. Porque, en efecto, el Cristianismo propugna la novedad intrínseca de cada instante, el origen del tiempo en la acción creadora de Dios y su término. Lo unidimensional frente a lo bidimensional, líneas contra ciclos. Frente a esta aparente dicotomía conceptual, parece necesario proyectar nuestros pensamientos en una dimensión ulterior que la supere. El tiempo conecta dos realidades, dos planos: uno subjetivo y otro objetivo. El tiempo relaciona la conciencia del sujeto con el entorno, con el Universo, con aquello que le es externo, pero a cuyo dominio también pertenece. Es el tiempo lo que nos da idea del devenir, de la progresión dinámica del ser, de la diferencia entre lo propio y lo ajeno. En el tiempo adquirimos conciencia de nuestro propio desarrollo, de nuestra propia personalidad. Se nos muestra el tiempo entonces no como una realidad sustancial, en sí, sino como un conector o nexo ontológico entre dos mundos, un puente que une la subjetividad con la objetividad del Cosmos; una fascinante e inescrutable dimensión de lo humano, que lo define en su inmanencia y en su trascendencia, con respecto a sí y con respecto a la Naturaleza en que efectúa sus acciones, en que lleva a cabo sus determinaciones.El tiempo nos hace partícipes del mundo, y une el mundo con nosotros. No es una mera línea que sigamos, sino que une momentos, nos hace recordar, nos retrotrae y nos proyecta: un tiempo que avanza asumiendo lo pasado y lo futuro, dejando en la mismidad del instante, en la inefabilidad de lo momentáneo, en el misterio de lo infinitésimo y total, esa puerta hacia el Absoluto. No ejerce por tanto un dominio tiránico, un dominio lineal o cíclico, sino que el tiempo nos eleva, nos muestra la sublime conjunción entre lo uno y lo dual, nos muestra el horizonte del tercer reino del espíritu[7], del tercer reino del Universo, donde convergen lo subjetivo y lo objetivo. En el sujeto y en el objeto conviven ambas tendencias: la de la linealidad y la de los ciclos. Y, en efecto, advertimos que el hombre piensa cosas nuevas, que progresa, que avanza, pero que en definitiva vuelve siempre a las mismas cuestiones fundamentales, es agobiado por los mismos temores. La simbología de las estaciones y de las crecidas periódicas del río Nilo expresa de modo eminente esta continuidad, que tanto contribuyó a definir las estructuras fundamentales de la civilización egipcia. En la Naturaleza rigen admirables leyes evolutivas que han posibilitado el fascinante hecho del cambio, de la transformación en su seno. Sin embargo, advertimos también que en la Naturaleza hay ciclos, regeneraciones, vivencias y muertes, y que las leyes de la conservación no sólo adquieren relevancia extraordinaria en el ámbito teórico, sino que en la propia pragmática de la Naturaleza predomina un equilibrio, una preservación, que convive con el cambio y con la mutación.